Miguel de la
Quadra-Salcedo falleció el pasado 20 de mayo y con él ha
desaparecido un excepcional aventurero y un profesional muy admirado.
De la Quadra,
que había cumplido 84 años el pasado mes de abril, arrastraba problemas de salud desde hacía
años, pero mantenía su actividad como director de su última gran iniciativa, la
Ruta Quetzal, un proyecto de aventura en el que participan cada año cientos de
jóvenes de España y de todos los países de América.
El azar quiso que su
fallecimiento se produjera exactamente 510 años después que el de uno de sus
personajes históricos más admirados: Cristóbal Colón.
De la
Quadra-Salcedo había nacido en Madrid, aunque siempre aludía a sus
orígenes vasco-navarros. De joven fue deportista de élite y un gran atleta.
En 1963 empezó a trabajar para
Televisión Española como periodista
y fue testigo de algunos de los acontecimientos más relevantes de la segunda
mitad del siglo XX. Estuvo en la guerra del Vietnam, en la de Eritrea, en la de
Mozambique, en el Congo, cubrió el golpe de Estado de Pinochet y la muerte del
Che Guevara. Con su porte atlético y sus enormes bigotes se convirtió en una de
las figuras más reconocibles y queridas durante décadas en los televisores
españoles.
Miguel De la
Quadra, que se definía como un hombre de papel y lápiz, recordaría
siempre con mucha nostalgia aquella etapa en la televisión y evocándola, años
después, diría que la tecnología “había matado el misterio”. Su trabajo, a
caballo entre el periodismo y la aventura, despertó la vocación de varias
generaciones de reporteros y fueron muchos los que entraron en el oficio para
ser como él.
Perito Agrícola de formación,
pero hombre del Renacimiento de vocación, De la Quadra
tenía una enorme cultura. Hablar con él era como abrir una enciclopedia por
cualquier capítulo: literatura, arte, historia, botánica. Viajó por todo el
mundo guiado por una curiosidad insaciable y desempeñando todo tipo de oficios.
Incluso llegó a ser domador en el
circo de Ángel Cristo, a cuya caravana ambulante se unió durante
algunos meses con toda su familia.
Gran admirador de los escritores
Emilio Salgari y Julio Verne, una novela de este último, La Jangada, le
sirvió de inspiración para una de las grandes aventuras de su vida: descender
en una balsa desde Iquitos (Perú) el río Amazonas y el Napo junto a su mujer y
su hijo mayor, Rodrigo. Enamorado del continente americano, De la Quadra
repetía siempre la frase de que no se puede ser español sin conocer América. De
ese amor, y de una sugerencia del Rey Juan Carlos cuando se acercaba el quinto
centenario del descubrimiento, surgió el proyecto Aventura 92, luego
rebautizado como Ruta Quetzal, un viaje iniciático de aventuras para jóvenes de
todos los países de habla hispana en el que han participado 8.000 en sus más de
30 ediciones.
Resultaba asombrosa su capacidad
para percibir el peligro y llevar la aventura siempre dentro de los límites del
riesgo. En tres décadas de marchas por desiertos, barrancas y cascadas nunca
registró ningún incidente grave.
El mundo de la aventura le
mantuvo activo en los últimos años de su vida. Aunque ya estaba ingresado, en
la última edición de la Ruta Quetzal se quitó el suero y se escapó del hospital
para participar en la recepción que los reyes ofrecieron a los jóvenes. Ponce de León no pudo hallar la fuente de la
eterna juventud, pero yo la he encontrado en estos muchachos, repetía
siempre. Miguel de la
Quadra estaba casado con Marisol Asumendi y deja tres hijos,
Rodrigo, Sol e Íñigo, que trabajaba junto a él en la organización de la Ruta
Quetzal.
Desde estas páginas queremos dedicar
nuestro más sincero homenaje a este hombre extraordinario. Un gran aventurero y
profesional de la información.