Como tantas otras mujeres, Geeta vive en uno de los pueblos menos
desarrollados del estado indio de Andhra Pradesh. En lo remoto de lo remoto,
asume las tradiciones que pesan sobre las mujeres y las embarazadas. Acaba de
dar a luz y se ve obligada a vivir tres meses en una cabaña con su bebé, porque
no está bien visto que, impura, tenga contacto con la comunidad. Resignada,
cuenta los días para volver al hogar y confía en que las próximas generaciones
pongan fin a estas prácticas.
A medida que uno se acerca a alguno de
los pueblos de las zonas menos desarrolladas de Andhra Pradesh, comprueba cómo
las carreteras se estrechan, los animales están más cerca del camino, las casas
no se sabe si están destruidas o a medio hacer, y parece que las bicicletas van
más lentas y que el sol está más cerca de la piel y de la tierra. En lo remoto
de lo remoto, en la región sureña de Madakasira del estado indio de Andhra
Pradesh, se encuentra Geeta, una mujer de unos 25 años y una amplia sonrisa.
Unos días antes de que Geeta saliera
de cuentas, ella y su familia construyeron una cabaña cerca del hogar. Cuando
empezó a tener los habituales dolores previos al parto, llamaron a la
ambulancia que la llevó al hospital. Pocas horas después de dar a luz a su
tercer hijo, Geeta y el bebé ya estaban de regreso a su aldea, Mundlappa. Pero,
en vez de descansar y recuperarse en casa, la familia la llevó a la cabaña,
siguiendo una tradición basada en una superstición que, según aseguran, se
remonta diez generaciones atrás. Ahora lleva 20 días viviendo en este refugio
elaborado con palos y hojas. Como hace tanto calor, entre todos han alargado un
poco el techo de la cabaña, para alargar también la sombra de la misma. En
estas condiciones, Geeta estará con su bebé los tres meses siguientes a su
nacimiento. Entonces, toda la familia irá al templo hindú, rezarán una oración
especial por madre e hijo y se le pondrá nombre al niño de acuerdo a las
recomendaciones del sacerdote.
"Antes, la situación era peor. A
las parturientas las dejaban en cabañas fuera de la aldea... ahora estamos a
unos metros de casa",
explica Geeta sentada en la choza mientras arropa a su bebé. Inmóvil, pasa todo
el día sentada pendiente del niño y de poco más. “No tengo nada que hacer aquí dentro, no tengo más
trabajo que cuidar al bebé. Me aburro. ¡Espero que los 85 días de postparto
pasen rápido para volver a casa!”, confiesa, paciente.
Su bisabuela, que tuvo seis hijos y
con todos vivió en una cabaña, la va a ver de vez en cuando. Le deja cada noche
algo de comida y agua en el suelo, a la entrada de la cabaña, pero sin entrar.
Sólo cuando se pone el sol, la madre sale un momento para lavarse -ella y su
bebé- con agua que le han dejado en un cántaro, puesto que ella no podría tocar
directamente el pozo, para no contaminar el agua que contiene.
“En el pueblo, la gente mayor quiere
que se conserve esta tradición, pero algunos jóvenes ya están empezando a tener
dudas sobre estos hábitos ancestrales. La próxima generación empezará a aceptar
cambios”. La
Fundación ha empezado a trabajar hace apenas unos años en esta zona
especialmente empobrecida, con una población mayoritariamente de casta baja. La
educación es la mejor manera de evitar estas prácticas que ponen en riesgo la
salud de madres e hijos e inciden negativamente en su bienestar y su dignidad,
pues se las considera impuras. De hecho, siguiendo esta tradición
supersticiosa, cada vez que las mujeres tienen la menstruación deben abandonar
la casa por tres días y vivir fuera del pueblo, a la intemperie, sin higiene ni
alimentos y rechazadas por la comunidad.
(Foto: Nina Tramullas)
Web:
www.fundacionvicenteferrer.org